Inicio » Catálogo » Mañana será mejor
Cuando por primera vez terminas definitivo un relato o un artículo periodístico o un poemario -o un libro de memorias escogidas: como es el caso que nos ocupa- y te atreves a publicarlo, ya sí puedes afirmar que has perdido la falsa inocencia de la no menos falaz neutralidad, del no menos embaucador equilibrio compensatorio intelectual. Escribir con honestidad deviene acto solidario desde la soledad para la soledad: desde la soledad del escritor a la soledad del lector, solidariamente, dando y recibiendo ayuda. Nos ocurre a todos cuantos leemos y a quienes nos atrevemos a publicar nuestra conciencia apalabrada con honestidad.
Afirmémoslo sin temor a equivocarnos. Digamos que publicando lo escrito empezamos –o reanudamos- la contienda públicamente. Y ya no tenemos que fingirnos inocentes –aunque no seamos culpables, ni siquiera cómplices activos, ni siquiera morbosos espectadores pasivos, ¡aunque incluso seamos víctimas!; tampoco tenemos que pretender neutralidad ni que buscar equilibrio.
Si la honestidad intelectual consiste en servir a la Verdad -¡que sí existe!- para servirnos de Ella en pro de una humanidad mejor, la contienda inexorablemente nos embarrará: pues el terrero de lucha está embarrado pleno. Mas, así y todo, se puede contender limpiamente, sí: cumpliendo las reglas de la honradez. Quien quiera luchar honestamente publicando su conciencia ha de saber que siempre saldrá del terrero sucio, por muy limpio que luche. Es el precio que se ha de pagar por lo más humanamente digno que se puede hacer en la vida: ser honesto mostrando por escrito tu conciencia apalabrada –frente a la inhibición cobarde y a la contienda pútrida de quienes ponen su conciencia al servicio de la tiranía del momento, que en el caso de nuestra Patria es colonizadora.
No, estimado Carlos: no existen ni pueden existir la inocencia –entendida ésta como inhibición consciente para no mancharse- ni la neutralidad ni mucho menos el equilibrio en una Patria tan vilmente colonizada, en una humanidad inexorablemente tan sorroballada. O se está activamente en contra de la denigrante situación, o se está activa o pasivamente a favor. No hay otra alternativa intelectual; y ese estar en contra o estar a favor será, como todo, cuestión de grado y circunstancias.
Y aquí, en la Patria colonizada, si escribes desde la honestidad –es decir: desde el decoro y la compasión-, contenderás, pelearás, a cielo abierto contra la vileza, contra el sojuzgamiento. Contenderás sin más protección que tu dignidad -dignidad casi siempre incomprensible, ¡e incluso reprensible!, para un pueblo al que se le ha privado tan "imperialcatólicamente" de la memoria, del entendimiento y de la voluntad –es decir: de los componentes de nuestra sustancialidad humana. Sí: ya estás corriendo el riesgo cierto, certísimo, de que muy pocos –acaso ninguno- de los llamados tuyos te puedan proteger, te puedan amparar, te puedan confortar -y aunque lo quisieran.
Como dice uno de mis personajes novelescos, “el castrado no odia al que, poderoso temible, lo castró; el castrado odia al que, igual socialmente que él, no se deja castrar”. Por eso, la mayoría de los tuyos no sólo no te comprenderán, sino que procurarán matarte –sí- la honra.
Perteneciendo a un pueblo colonizado con apenas referencias iluminadoras, perteneciendo a un pueblo colonizado con casi sin antecedentes eficaces de rebelión emancipadora, perteneciendo al pueblo que nos ha tocado, escribir publicando con decencia, con decoro, escribir publicando al servicio de la neblinada pero inconmovible Verdad para servirse de esta contun-dente e insobornable Verdad, acaba equivaliendo a ponerte en pie y con los brazos abiertos y el pecho desnudo al centro de una llanura repleta de compatriotas arrodillados o arrastrados que han acabado asumiendo como normal existir así –hasta la muerte. Y para ti no habrá trincheras que valgan.
Por eso quienes han combatido en pro de la dignificación de sus semejantes apenas sí se han procurado trincheras y demás protecciones esterilizantes. No, estimado Carlos: claro es que no se han colocado ellos por encima del Bien y del Mal; ni han desertado de su precaria y siempre frágil cotidianeidad humana (familia, amistades, trabajo, diversiones, rencillas, afectuosidades...). Al contrario: se han colocado con sencillez y bastante desparpajo enfrente de esos tan inevitablemente politizados Bien y Mal, han asumido humildes y con todas las consecuencias lo tan fuertemente desgastador de la convivencia social –pura contienda.
Ni tampoco habrá nada más hermoso en la vida de un colonizado que ponerse en pie, armado sólo de la dignidad libertaria de su palabra y su ejemplo cotidiano, y pugnar por la soberanía de la aherrojada Patria para poder en verdad contender por la justicia social –la única justicia individual. No, nada habrá más hermoso. Y si la vida de un ser humano vale por lo que deja cuando muere, nada mejor puede dejar un colonizado que la llama independentista aún encendida gracias a su esforzado trabajo patriótico, trabajo siempre redentor por justiciero en pueblo denigrado por la ignorantación y el amedrentamiento. Quien con su vida quiera dar luz y calor, estimado Carlos, no tiene más remedio que quemarse.
Por eso se pregunta uno: ¿de qué ha valido y vale a nuestra Patria la vida de tantos compatriotas "próceres" –con las mínimas excepciones de honestidad cotidiana e intelectual-, de casi todos los canarios denominados "próceres", si no encuentras en esa vida la mínima rebeldía emancipadora, si no encuentras en ella más que monetario servilismo cortesano o complicidad esbirril frente a los poderes coloniales, si no ha habido en ella el más ínfimo conato de mantener encendida la llama justiciera independentista heredada de nuestros más bien escasos antepasados indómitos, de nuestros comprensiblemente pocos ancestros alzados, si no ha habido en ella más que justificación espúrea y degenerativa de una infraespañolidad impuesta con la ignorantación incapacitadora y el amedrentamiento castrador? ¿De qué ha valido?
(Del prólogo de Víctor Ramírez al libro Mañana será mejor)