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De los Archivos, de los documentos de archivo siempre hemos proclamado su condición de memoria. Memoria de la sociedad para su conjunto, memoria de un continente o de la cristiandad se ha dicho, respectivamente, del Archivo de Indias o del Archivo Vaticano, memoria de un municipio cuando nos hemos referido al Archivo municipal. Hemos resaltado el concepto de memoria para dar relevancia a los Archivos y a sus contenidos.
Actualmente el concepto de memoria, como tantos otros, ha cobrado por una parte dimensión política y por otra un sobredimensionamiento conceptual abanderado por el postmodernismo.
En el entorno político la expresión “memoria histórica” se utiliza con falta de propiedad porque la reduce en el espacio y la acorta en el tiempo, al limitarla a un período próximo y reciente.
Por su parte, la corriente postmodernista que ha trascendido a la Archivística a través de la obra del francés Jacques Derrida y de sus seguidores, como Terry Cook o Eric Keetelar entre otros, aunque haga un uso abusivo del término “archivo” no llega a trasmitir su concepto y sus acepciones porque por encima del Archivo como institución y del archivo como contenido documental lo que parece obsesionarle es la memoria sin rastros de olvido. De aquí que insistan en la ausencia de las mujeres, de los gays, de los gitanos en esa memoria de la que hablan, que identifican con los Archivos. Y resulta curioso que quienes como ellos ensalzan la memoria parten de un olvido generalizado traducido en una inopia para justificar la novedad de sus planteamientos, hasta el punto de parecer ofrecernos una Archivística que partiera de cero.
Como archiveros, no de nombre, sino como profesionales de los Archivos, nos cabe posicionarnos ante conceptos tan nobles como Archivo/archivo y memoria que hemos de relacionar pero no identificar totalmente.