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"Cuando entre tus objetivos profesionales ocupa un lugar destacado la producción de literatura científica, debes tener claro que tus observaciones sólo pueden servir si están amparadas en una rigurosa metodología. Sin embargo, a pocas cosas se les da más valor que a nuestras propias vivencias. Somos muchos quienes consideramos que nuestra verdadera patria está ubicada y sostenida sobre los recuerdos de la infancia", manifiesta el autor en la introducción del libro.
Juan Francisco Capote empezó a tomar conciencia de lo que era la vida, en una enorme casa llena de trópico, en el patio central, y de animales en el recinto trasero. Al afecto hacia casi todos los seres vivientes que se profesaba en su familia urbana, y más allegada, se le unía el contacto con dóciles y enormes cuadrúpedos, fascinantes a los ojos de un niño, cuando visitaba a sus parientes que vivían en el campo. No le extrañaba encontrar de madrugada una graja en la mesa de noche de su madre o a su primo cabalgando sobre el caballo campeón de las carreras rurales. El perro de su padre, con un suave, pero firme, apretón de mandíbula, le conducía a su lado cada vez que él lo requería, por las mismas fechas en que sus palomas se le posaban en la cabeza o ayudaba a cuidar los nidos de sus canarios.
Con estos antecedentes y querencias, el haber podido realizar sus estudios y ejercer su profesión ha sido un verdadero privilegio que, por suerte, no ha anulado el aspecto lúdico que le conecta a su origen: intenta realizar con el máximo rigor el trabajo científico al mismo tiempo que se permite dar comer a los lagartos en su boca o montar los caballos de Indi, un gran amigo.