Inicio » Catálogo » El archivo como construcción social
La identidad, concepto controvertido cuando se refiere a entidades y colectivos, puede definirse como el conjunto de los rasgos propios que distinguen a alguien de los demás. Los rasgos caracterizadores de nuestra profesión se configuran a partir de una serie de aspectos tales como su ámbito específico de acción, sus formas de actuar sobre ese ámbito, el resultado de su actuar y la imagen que proyecta a la so-ciedad, de la que también forma parte.
Comenzando por el último elemento, la imagen que se proyecta y, sobre todo, la que recibe la sociedad, es un tanto borrosa por cuanto resulta siempre o casi siem-pre necesario explicar quiénes somos y lo que hacemos; aunque sea un tanto penoso en una profesión con un recorrido histórico tan dilatado como la nuestra. Si esto es así, lo es a causa de su baja visibilidad. Apenas ha trascendido al exterior y, habiéndolo hecho algo más en las últimas décadas, su proyección todavía es insuficiente. Entre las razones, podemos esgrimir que ha sido una actividad y una profesión de consumo interno, responsable de un servicio interno y exclusivo de las organizaciones, con muy poco contacto con la sociedad que le rodeaba, más allá de que pertenecía a ella. En este sentido no estamos solos, otras profesiones participan de estas mismas características, en general todas las dedicadas a desempeñar funciones logísticas. Esto es, aquellas que son necesarias para el funcionamiento de una organización, pero no intervienen directamente en el proceso productivo o de prestación de servicios. Funciones como la gestión de personal o la contable o financiera comparten esa misma naturaleza, pero unas son demasiado nuevas en el tiempo y otras se han dedicado a actividades que en un aspecto u otro han sido percibidas de manera directa por la sociedad. Algo que en nuestro caso se reduce a minorías hasta que la eclosión del derecho de acceso a la información, en la segunda mitad del siglo XX, ha añadido a la de archivero el rasgo de una profesión de servicio público neto.
En cuanto al segundo aspecto, sus formas de actuar, el archivero, como ha indicado repetidamente el gran maestro Michel Duchein, es ante todo un gestor de información y todas sus tareas están orientadas a satisfacer las necesidades informativas precisas para que las organizaciones y los individuos desarrollen sus funciones con rapidez, eficiencia y economía; salvaguardar los derechos y los deberes de las personas contenidos en los documentos, y hacer posibles la investigación y la difusión cultural. En resumen es un instrumento para el buen funcionamiento de cualquier organización, cuya tarea -la gestión de los recursos informativos, de los documentos- resulta tan vital como la gestión de los recursos humanos, financieros y materiales.
Todavía es muy habitual, por desgracia, que al enfrentarse por primera vez con el servicio, lo que adquiere el archivero antes de nada es la responsabilidad sobre el caos precedente. Mientras que en otras profesiones se asumen unas atribuciones en marcha o se empieza de cero, el archivero comienza en números rojos, pues lo que se recibe es la responsabilidad sobre la desorganización, en muchos casos acumulada durante siglos. Aunque se trata de una profesión centenaria, hasta hace relativamente poco tiempo ha estado soslayada por la menor urgencia de la información, la parsimonia de las administraciones, su limitada responsabilidad ante los ciudadanos, y el escaso margen de estos para ejercer sus derechos en una sociedad no democrática. Por fortuna, cada vez sucede con menos frecuencia, ya que aumentan día a día las organizaciones en las que un profesional deja el relevo al que viene, encontrándose éste con una situación similar a la de cualquier otra profesión.