Inicio » Catálogo » Sexo, corazón y vida
Hay que colocar al lector en la tesitura de asumir lo que lee como una situación de la que es protagonista absoluto. Nada de lo que sucede en la narración puede dejar indiferente a quien la está leyendo. En ningún caso. Y menos aún en la literatura erótica. Cuando es el arte de escribir el que nos conduce a las sensaciones eróticas y no exclusivamente lo narrado con pelos y señales, la literatura ha ganado un nuevo autor en esas lides.
Rosario Valcarcel posee ese raro don de escribir y contar para que el lector pueda sentir. En sus narraciones la autora domina la liturgia del sexo, los rituales secretos que conducen al placer. No es lo que cuenta, es cómo lo cuenta; ese tono ligero, aparentemente neutro, que, poco a poco, va creciendo en intensidad y calor. El cuerpo que lee sufre las mismas sacudidas que la narradora describe en sus protagonistas y, de esa manera, los lectores se pierden con Javier y Valeria en la semipenumbra de un probador de mujeres de unos grandes almacenes o se dejan balancear en los brazos de Mónica como si fuera Kali la diosa capaz de despertar el erotismo en los dioses más poderosos aspirando “el olor amaderado del sándalo, el deleite aromático de lo vegetal, la vitalidad y la tonalidad de las hojas de los árboles”, o pasean con Patricia entre olores a sacristía y pasos de Semana Santa mezclados con hierbas de manzanilla y las indulgencias que abren las puertas del cielo; o, sencillamente, se dejan llevar por el deseo de una profesora hasta los brazos de Yeray, el alumno preferido.
La pluma de Rosario Valcárcel nos conduce sin estridencias hasta el lugar sagrado donde se va a producir la ceremonia ritual del apareamiento y nos hace sentir el cosquilleo del placer recorriéndonos los pliegues de la piel sólo con la virtud de su escritura.
No. No es un género fácil el que ella cultiva, porque ese hilo del que hablaba más arriba se tensa hasta límites que uno cree imposibles, y, en ocasiones, el hilo se parte y la narración crea confusiones y desorden en el lector lo que le conduce a dar la espalda al libro que tiene entre las manos. Lo que nos lleva a pensar que mala es la literatura que no interroga o conmueve o hiere o desazona y a la que uno da la espalda.
Cada uno de los cuentos de este libro encierra un secreto por el que lo hace especial dentro del género. La autora juega con ello. El lector lo advierte y se regala con ello. A veces, la clave de la historia pasa desapercibida, pero, en un momento dado, das con ella y, entonces, sólo entonces, se produce el fogonazo que ilumina las páginas que estamos leyendo y, de paso, nuestro cuerpo. Las narraciones transcurren como todas. Una historia, una detallada información sobre los protagonistas para ubicarnos en su entorno, y, de pronto, el detonante que va a conducirnos al estado que los escritores expertos en literatura erótica conocen muy bien: la escena donde el sexo aparece como único protagonista. Un sexo encubierto o explícito y descarnado; un sexo, en resumen, en sus distintas manifestaciones. Y esos renglones son los que determinan la calidad de la historia y la calidad de quien la narra.
Rosario Valcárcel lo sabe y ese conocimiento le da la medida para equilibrar el material que posee y para manejarlo adecuadamente. Es una técnica nada caprichosa. Una técnica medida y estructurada en todas sus direcciones para hacer las historias verídicas, apasionantes, perfectamente calculadas y capaces de cumplir lo que se proponen que no es otra cosa que entretener, apasionar con su lectura, y dejarnos un sabor agridulce semejante al que deja un buen escarceo amoroso.