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La cultura de la piedra

Vicente Suárez Grimón, Gustavo Alejo Trujillo Yánez

La cultura de la piedra
Precio: 16.0 €
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ISBN 978-84-15148-21-0
Edición 1
Año 2010
cartoné
240 páginas
21x15
Geografía e Historia

Sinopsis:

Bajo el título “La Cultura de la Piedra” se publican las conferencias presentadas en las VII Jornadas de Patrimonio Cultural de Teror celebradas durante el mes de abril del 2010. La conmemoración del 250 aniversario de la colocación de la primera piedra (5 de agosto de 1760) de la tercera y actual iglesia ha sido el motivo para volver a ocuparnos del patrimonio material, en particular, de la piedra y de la obra hecha con ella. Conviene señalar que con esta conmemoración no hemos pretendido cumplir la función, como diría Giovanni Levi, de ser únicamente “administradores del olvido”, pues, aunque los historiadores estamos peligrosamente afectados por el síndrome de las efemérides (centenarios, cincuentenarios, etc.) y que ninguno estamos libres de pecado a la hora de ser arrastrados por las fuertes tentaciones conmemorativas al uso, no es menos cierto que tales eventos se convierten en un reclamo para llamar la atención y explicar de forma “comprensiva” determinados aspectos de nuestro pasado histórico. Dando por sentado que lo que nos interesa es las cosas como han llegado a ser y no como son, la ocasión es propicia para poner en valor la lucha desplegada por varias generaciones de terorenses y de canarios en general, en su mayoría gente sin historia, para mantener en pie sus edificios frente a la amenaza constante de la ruina. Y lo importante no es solo conocer qué se hizo y cómo sino por qué.
La piedra ha sido una de las materias primas más antiguas de la humanidad. Desde sus más remotos orígenes, el ser humano ha empleado este material para confeccionar diferentes tipos de armas, herramientas y artefactos, con los que procurarse el sustento diario, y posteriormente, en la construcción de viviendas o edificios. En Teror, el hallazgo de viejos artilugios como el mortero naviforme encontrado en el pago troglodita de Guanchía, o la pervivencia de topónimos y nombres de lugar tales como «El Pedregal», «Las Peñas», «La Pedrera» o «Los Cantos», nos remiten a un tiempo pretérito en el que los terorenses, en dependencia estrecha y finisecular, aprovecharon y explotaron el material pétreo desde la etapa prehispánica hasta tiempos relativamente recientes.
Y es que, al contrario de lo que ocurre en la actualidad, la industria artesanal de la piedra fue en otros tiempos muy abundante en Teror. Ya desde el siglo XVI existen noticias sobre la existencia de afamados y acreditados canteros y labrantes. Acaso, uno de los primeros fuera Enrique Díaz, conocido con el sobrenombre de «el cantero viejo», al que le siguieron sus hijos, Diego Hernández y Bartolomé Díaz, quienes aprendieron la profesión de su padre. Del terorense Bartolomé Díaz, se ha afirmado que fue una de las figuras más importantes del arte de la piedra en la Gran Canaria del Quinientos. A su habilidad se debe la construcción de la segunda iglesia de Teror, además de atribuírsele la erección de la desaparecida ermita de San Matías. No obstante, su vida profesional no se limitó al lugar que le vio nacer, ya que sus servicios fueron también requeridos en localidades como Agüimes, donde intervino en la construcción de la antigua iglesia de San Sebastián y en la ermita de las Nieves; y en Las Palmas, donde realizó varias edificaciones y obras públicas, como el antiguo puente de la ciudad, que unía los barrios de Triana y Vegueta. A su pericia como cantero también se debe la primitiva portada de la Catedral de Canarias, diseñada por el ingeniero italiano Próspero Casola, así como la portada plateresca de la parroquia de Santa Ana de Garachico.
Aunque menos célebres que Bartolomé Díaz, en Teror, durante las siguientes centurias siguieron siendo necesarias la habilidad y la maña de una innumerable cantidad de mamposteros, picapedreros, canteros y labrantes, entre los que destacaron, durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, artesanos como Antonio Grimón Pérez y sus hijos Antonio y Gregorio, canteros avecindados en el barrio de Los Llanos, el Chorrito y Las Cuevas; el cantero Francisco Medina Falcón, residente en el pago de Miraflor y progenitor de Pedro y Francisco, que también ejercieron la misma profesión que el padre. No fueron éstos los únicos profesionales de esta «industria», cuya relación sería excesivamente larga de enumerar. Acaso, uno de los ejemplos más recientes sea el de José Domínguez, maestro cantero del barrio de Arbejales, conocido por su participación en la construcción de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en el pago de Llano Roque. En concreto, se le recuerda por ser el artífice de la primera cruz de piedra que lució la espadaña del templo, ya desaparecida, debido a la fuerza de un temporal que la derribó a principios de los años 50 del pasado siglo.
Sin duda, toda esta amplia nómina de maestros artesanos dedicados a la explotación de la piedra, no habría sido posible sin la existencia de la materia prima necesaria. En este sentido, el suelo terorense ha sido rico en canteras, de las que se han obtenido diferentes tipos de piedras y rocas. Quizá la más conocida haya sido la denominada «piedra colorada», cuyas canteras, actualmente en desuso, se encontraban en el llamado Barrio de Arriba, en las Peñas y el Pedregal, así como en el cauce de los barrancos del Chorrito y del Álamo. La piedra colorada o «amarilla» ha sido explotada durante siglos, sirva como ejemplo la pila bautismal de la primera iglesia de Teror, fechada en los primeros años del siglo XVI. También se ha empleado para la construcción de una parte importante de los edificios del Casco Histórico; así como en muchos elementos arquitectónicos de la Basílica del Pino, especialmente en la denominada torre amarilla, uno de los elementos arquitectónicos más singulares del patrimonio artístico canario, que se remonta a los primeros años del siglo XVIII.
Además de los yacimientos de cantería colorada, en Teror se han explotado otras canteras, como las de la Hoya Alta o El Rincón, o la localizada en el paraje del Hornillo, de la que se obtuvieron materiales para la construcción del Puente del Molino de Abajo, en 1828, una de las obras de ingeniería civil más importantes de la historia de Teror, el cementerio parroquial o la mina que rodeaba el templo parroquial y cuyas obras se realizaron en las primeras décadas del siglo XIX. Otra de las canteras históricas de Teror, fue la de San Matías, cuya materia prima se empleó para la erección de la actual iglesia de Teror; o aquellas otras de las que se obtuvieron cantos para a la fabricación de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en 1918, como la localizada en «El Collado», situada entre los límites municipales de Teror y San Mateo, además de otras muchas más, convertidas posteriormente en estanques para almacenar el agua.
En definitiva, la piedra, en sus más diversos tipos, aspecto y tamaños, ha estado y está presente en la arquitectura de Teror. Tanto en su vertiente culta o monumental, tal es el caso de obras ya aludidas como la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús o la Basílica del Pino, de la que en el presente 2010, se cumplen 250 años de la colocación de su primera piedra; como en otras, como es el caso de las ermitas de Nuestra Señora de Las Nieves y San Isidro, o los monasterios cisterciense y dominico. Todo ello, sin olvidar los innumerables ejemplos de arquitectura popular y construcciones e ingenierías tradicionales, tales como los caminos reales, las acequias y cantoneras, o los bancales y paredes de piedra seca, tan abundantes en el abrupto y accidentado relieve de Teror, levantados en agotadoras jornadas gracias a la habilidad de maestros como Antonio Herrera.
Permítasenos cerrar esta presente introducción con unas breves frases que inviten a la reflexión. La piedra sobrevive a muchas generaciones pero no es eterna. Por donde quiera que miremos podemos contemplar las ruinas de viviendas y edificios, otrora enhiestos y altivos. Los inviernos, cuando son abundantes y copiosos en lluvias, suelen derrumbar y abatir las hinchadas y barrigonas paredes de piedra seca, mudos testigos de un tiempo pasado. Sin embargo, hay un peligro aún mayor, aquel que ya denunciaron figuras tan ilustres y preclaras como Manuel Picar y Morales, «primer» cronista reconocido de la Villa mariana. Se trata del peligro de la piqueta y del mal gusto, de la extravagancia y el anarquismo… En definitiva, tal como se encargó de señalar amargamente el escritor, Domingo Doreste «Fray Lesco», del peligro que supone ese santo horror a lo viejo y lo característico, que parece haberse apoderado de nuestro pueblo. Tal vez la piedra no tenga vida, pero sí tiene alma. El alma de los que la trabajaron y le dieron forma. En ella se ha preservado la evidencia de vidas pasadas, el esfuerzo de todos los que colaboraron en el levantamiento de las obras que nos ven pasar hoy con aparente indiferencia. Obras construidas piedra sobre piedra en las que se conserva fosilizado el paso de generaciones.
Concluimos reiterando lo manifestado en otras ocasiones sobre la conservación del patrimonio: solo tenemos la fuerza de la palabra, no la de las acciones. Las cosas valen cuando se aman y las cosas se aman cuando se conocen. A contribuir a ese conocimiento se dirige esta aportación porque creemos que un pueblo que no sepa entender su pasado histórico no es capaz de generar unas autoridades competentes para conservarlo.

El autor:

Vicente Suárez Grimón
Catedrático de Historia Moderna
Gustavo Alejo Trujillo Yánez
Historiador

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