Inicio » Catálogo » Epistolario. Miguel de Unamuno, Alonso Quesada
Este libro reproduce de forma facsímil la edición de El Museo Canario (Las Palmas de Gran Canaria) que se imprimió en la Tipografía Lezcano el 2 de mayo de 1970 con una tirada de quinientos ejemplares. El título ahora reproducimos figuraba dentro de la Colección San Borondón, dirigida por Manuel Hernández Suárez.
Este libro recoge todas las cartas cruzadas, a lo largo de trece años, entre don Miguel de Unamuno y el poeta canario Rafael Romero (Alonso Quesada).
Como es sabido, la amistad de Alonso Quesada con el Rector de Salamanca se inició a raíz de la primera visita de Unamuno a Canarias, en 1910. Visita que, entre otras consecuencias positivas no contabilizadas en nuestros fastos, provocó un cambio radical en la obra, entonces agraceña, del que después sería autor de El lino de los sueños, quien por la época de su encuentro con don Miguel practicaba una poesía bastante feble y un mucho desorientada. Precisamente este epistolario registra confesiones que en cierto modo vienen a documentar la intrahistoria del saludable giro operado en la poesía de Rafael Romero al contacto de las críticas y sugestiones verbales del escritor vasco, entre las que sin duda no faltarían las recomendaciones a favor de la lectura de determinados poetas portugueses (¿Guerra Junqueiro, Joao de Deus, Teixeira de Pascoaes?)
Pero la importancia del epistolario no se agota en este punto. Si escritas con sinceridad y hasta con fluyente espontaneidad, sobre todo en el caso de Unamuno (¿menos ansioso de causar «buena impresión»?), estas cartas poseen indudable interés literario, aunque su valor principal estriba, acaso, en lo que tienen de documento psicológico relativo a entrambos corresponsales y en cuanto comportan de curiosa fuente de noticias valederas para la historia de las letras de Gran Canaria, e incluso aprovechables para una redacción más veraz de los anales sociopolíticos de la época, respecto de algunos de cuyos personajes traza Quesada conatos de semblanzas caricaturescas que, por supuesto, sólo en raros puntos coinciden con las imágenes oficiales que nos han legado la crónica insular.
Al organizar el epistolario se ha tenido el buen acuerdo de disponer el conjunto de las cartas con criterio rigurosamente cronológico, resultando así su lectura muy coherente y amena. En el cuerpo de la introducción, unos pocos pero bien elegidos testimonios periodísticos, amplios, directos e interpolados con oportunidad, sirven al propósito de situar al lector en el aquí y ahora insulario que sirvió de fondo a este coloquio escrito en el que fueron interlocutores a distancia dos grandes poetas españoles. Vivo, inteligente, hermoso diálogo rescatado del silencio del museo y de los archivos familiares gracias a la entusiasta y eficaz dedicación de Lázaro Santana, a quien se debe también el atinado ensayo preliminar.
