Inicio » Catálogo » Gáldar, Aregaldan, Agaldar...
Cómo es posible, se preguntarán (hasta cierto punto, no sin razón), que un teldense de origen y santaluceño de corazón y habitación como yo acabe inmerso en una industria retórica tan singular como la prologal, y que por ello mis ladrillos léxicos terminen edificando la fachada textual de un volumen cuyos cimientos se asientan sobre una tierra, la galdense, que años ha formó parte de mis horas más significativas, aunque fuese por un periodo relativamente breve y por un motivo que no viene al caso reproducir en este ejercicio que nos ocupa.
A pesar de ese lejano lazo con el guanartemato, que en otras circunstancias hubiese podido bastar para entender el porqué de este prólogo, a pesar de ello, repito, entiendo la extrañeza que les pueda causar el hallar aquí a un hijo del sureste cuyos punteros existenciales y emocionales se ubican de manera permanente en las antípodas del noroeste grancanario; comprendo, hasta donde no se pueden imaginar, la contrariedad que les debe ocasionar mi presencia en este libro tan especial que, de entrada, al margen de lo que más adelante anote sobre él, merece el beneplácito efusivo e inquebrantable de cuantos tienen a bien considerarse oriundos y amantes de Gáldar: de cuantos admiran y se enorgullecen de su pasado y de sus gentes, se preocupan por su presente y tienen enraizado un profundo interés por su futuro, por el mejor de los futuros posibles.