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Cuando Olegario Marrero publicó su primera obra poética, Cantos ancestrales, en 1994, en la preciosa colección San Borondón de El Museo Canario, el poeta daba a conocer en poemario con voluntad unitaria que había compuesto 15 años antes, (Marrero tenía entonces 30 años), y que, por consiguiente, había reposado durante tres lustros antes de ser publicado, pero que representaba la expresión de una poesía joven.
Ahora vuelve a ver la luz en una nueva edición, y resulta conveniente observarlo desde una óptica temporal distinta.
El libro se abre con una sencillísima y enigmática dedicatoria: “A mi padre que estuvo aquí”. Desconocemos en el momento de su lectura a qué se refiere el poeta con ese adverbio de lugar, pero intuimos que esos Cantos que nos anuncia van a referirse a un pasado y a un paisaje que compartió con su padre. Porque, efectivamente, si el lugar en que nacemos y las vivencias de la infancia condicionan e influyen decisivamente en el adulto que seremos, en el caso de Olegario Marrero resulta evidente que sus primeros años de vida en Valleseco –lugar que abandonó tempranamente- iban a dejar una huella indeleble que saldría al exterior en su plenitud vital y en un momento de especial exaltación personal.
Consta Cantos ancetrales de un poema introductorio y de quince breves poemas más. En todos ellos, destaca su preferencia absoluta por los versículos, si exceptuamos el número XII escrito en octasílabos y con una variación de rimas que combina una redondilla con una soleá y una quintilla (todas ellas estrofas tradicionales). Esto le da libertad de escoger versos de arte mayor o menor (el predominio de estos últimos es total), y poder decidir dónde colocar las palabras clave de sus composiciones en la posición más expresiva para la finalidad que pretende.
¿Y cuál es esa finalidad? El Canto es una expresión poética de género heroico y épico, propio de la epopeya. Y la exaltación de su tierra encierra ese tono heroico. Pero, además, en Olegario Marrero, observamos una actitud mística que parece más bien un Cántico, un canto de acción de gracias por haber estado “aquí”, como su padre, y ser testigo de una naturaleza recreada, de uan tierra amada y conocida, de la vida, en sentidos en tensión absoluta, y capaces de contemplar la luz inaugural y la quietud de la noche, la tierra sedienta y la refrescada por los alisios, el paisaje de las medianías y los pastos de la cumbre. El poeta mira a lo lejos y descubre también las islas cercanas, pero igualmente su mirada escudriñadora se abstrae contemplando las cosas pequeñas: una mariposa, la flor, el laurel…
Es una naturaleza, ésta de los Cantos, en estado virginal con la que el poeta se funde en una actitud indiscutiblemente panteísta. Las palabras esenciales del libro nos remiten al silencio, a la magia, a la mirada pura con la que el niño descubre la vida. Se trata de uan naturaleza humanizada y gozosa que contagia su gozo al que contempla y al lector.
Cantos ancestrales constituye un poemario unitario con el que el poete ha conseguido una gran densidad de emoción y una desnudez formal propias de los poemas nacidos de la auténtica sinceridad del sentimiento.