Inicio » Catálogo » Ignacio Quintana Marrero (1964-1983)
Poco se ha trabajado en esta isla la historia de los medios de comunicación y, en particular, la relacionada con el periodismo impreso. Una laguna importante en nuestra historia, injustificable, y una muestra ―una más― de la ignominia de esta sociedad para con sus personajes y las acciones que realizaron en pro de su tierra siendo el periodismo una de las actividades fundamentales para la cohesión del territorio insular y la defensa de sus intereses. Y, a pesar de ese silencio, en el periodismo grancanario no deja de sorprendernos la riqueza, variedad, originalidad y el esfuerzo realizado en estas islas desde que José de Viera y Clavijo publicara aquellos antecesores de ‘periódico’, o en la etapa convulsa del XIX para la isla, pero siempre con el papel de movilizador de la opinión pública para dar respuesta a las inquietudes de la sociedad y de los intereses de sus precursores: económicos, políticos, culturales o sindicales. Numerosas iniciativas periodísticas que cubrieron un espacio y que llegaron a ser en muchos casos pioneras e innovadoras en la oferta periodística de toda España.
Acompañaron a los periódicos cabeceras punteras como Canarias Turista, Isla, Planas de Poesía, Mujeres en la Isla, El Conduto, Costa Canaria o Sansofé, revistas que atendieron las demandas de una comunidad que no quería descolgarse de la irrupción de los medios de comunicación de masas.
Si bien todas estas iniciativas tienen su origen en Las Palmas de Gran Canaria, no estamos ante las únicas producidas en la isla durante esa etapa, ni tampoco en el conjunto del Archipiélago, donde podemos encontrar proyectos tan interesantes como La Gaceta de Arte en Tenerife, o las iniciativas conejeras de Guillermo Topham que cubrió la información de la isla lanzaroteña a través de sus cabeceras Pronósticos y Antena.
Varias de estas publicaciones están vinculadas a la figura de Ignacio Quintana Marrero, el personaje al que el Cronista Oficial de Teror, José Luis Yánez Rodríguez, dedica esta nueva entrega de su serie Los otros cronistas del Pino y de Teror, con total merecimiento,al ser uno de los más destacados pregoneros y devotos de la virgen del Pino y del pueblo al que siempre defendió y por el que luchó para mejorar sus condiciones. Y no sólo ha acertado José Luis Yánez en la elección del periodista mariano, sino que ha buscado un prologuista que pudiera aportar perspectivas diferentes a su obra, encontrando en mí ese cómplice y a la vez ilusionado periodista que escriba sobre el destacado terorense, director de prensa y animador de la cultura isleña durante una etapa de graves carencias, limitaciones y contradicciones.
Quizás este encargo permite a Yánez Rodrígrez alcanzar el verdadero deseo del autor que habría sido poder contar con la pluma de mi padre, Luis Jorge Ramírez, coetáneo de Ignacio Quintana Marrero y compañero en lides periodísticas, turísticas, terorenses, culturales y marianas, uno desde la radio y el otro desde El Eco y la revista Isla, así como ambos colaborando en cualquier iniciativa que contribuyera al desarrollo de Teror o en la exaltación de las fiestas del Pino, gracias a sus contactos y amistades. Fiestas a las que acudían cada año, como casi todos los grancanarios, y en las que participaban activamente organizando con brillantez las semanas culturales del Pino.
Esta oportunidad que me brinda el Cronista Oficial de Teror, nos permite también cumplir con un deseo que mi padre no pudo hacer realidad y es que quedaba pendiente el texto que habría dedicado a Ignacio Quintana, dado que su óbito se produjo al poco de sufrir varias trombosis que le incapacitaron para poder trabajar en lo que siempre había sido el impulso vital que movió a ambos periodistas: dar la visión de la noticia desde una perspectiva muy personal, directa y sentida, sin los recursos tecnológicos y de comunicación que hoy día nos apabullan, pero con esa carga de sabiduría capaz de llegar a toda la sociedad. En aquellos momentos, en los periodistas de vocación resplandecía la destreza literaria, el conocimiento amplio, ilustrado, del mundo y de lo local. Una profesión que apenas daba para vivir y una vocación que les llevaba a estar permanentemente atentos a lo que sucedía para poder entender y explicar una realidad de la que muchas cosas eran objeto de censura, prohibición e incluso podrían dar lugar la pérdida de la acreditación periodística y apartarles de su vocación, pero ellos, desde sus parcelas, compartían tertulia, amistad y espacios de comunicación con personas a las que el régimen franquista había marcado como enemigos ideológicos. Así fue cómo un director de un medio de comunicación dependiente del régimen y de los boletines oficiales, mantuvo una relación estrecha con las generaciones precedentes, sus coetáneos y con los nuevos creadores artísticos, intelectuales y pensadores, sin que pesara sobre ellos la sombra de la persecución o represión sufrida tras la sublevación militar y posterior dictadura.
Y es que la guerra civil española y las décadas en blanco y negro de franquismo no pudieron extirpar la semilla intelectual que sembraron figuras como Domingo Doreste ‘Fray Lesco’ o Francisco González Díaz en sus estancias en Teror y que germinó en aquellas generaciones, aunque ideológicamente se posicionaran en bandos contrarios, pero se respetaban. Y fue en Teror donde se impartió esa Cátedra de Ciudadanía porque recordemos que a principios del siglo XX no existía el gusto por las vacaciones en el sur de Gran Canaria, con sus playas y su ciudad para el ocio. Por el contrario, era Teror el principal foco de atracción para las temporadas estivales de los laspalmeños, trasladándose las tertulias brillantísimas (y en gran parte bohemias) del entorno del Guiniguada a las inmediaciones del entonces encantador y rústico Teror, donde se respiraba la devoción por la virgen a la vez que la preocupación por el desarrollo de la isla. Un interés que suscitaba o inspiraba publicaciones en prensa o libros donde se concebía el futuro de Gran Canaria, si bien el progreso llegó a casi todos los puntos de la Isla, salvo Teror y otros pocos lugares de este territorio. A pesar ―¡y tanto!― de la permanente campaña periodística por solucionar los problemas de comunicación de un municipio emprendedor y centro de atención de toda la isla.
Tenemos entonces dos vidas casi paralelas: Periodistas, terorenses, devotos de la virgen del Pino, preocupados por la cultura y el turismo, defensores de la isla y del general Primo de Rivera por ser quien hizo posible la recuperación de la independencia de Gran Canaria frente a Tenerife, aunque consideraban necesaria la “unidad regional, imprescindible para el desarrollo económico, social de las islas”, como refleja Ignacio Quintana en uno de sus artículos recopilados en esta obra. Además de otras mu-chas coincidencias, cabe señalar que las esposas de ambos eran primas por la vinculación de los Carló con los Millares, lo que hacía esa relación de amistad mucho más profunda. De hecho, Quintana Marrero ilustró con un dibujo de Jane Millares la portada de uno de sus libros de poemas, el titulado Arpa de las islas.
Si bien la obra periodística de Quintana Marrero tiene una protagonista central: la Virgen del Pino. Como periodista de casta, abordó casi todas las temáticas y, en especial, aquellas iniciativas o tendencias de la sociedad. De ahí que en sus artículos también anticipa el papel del turismo en Gran Canaria. Por ello no es de extrañar su vinculación como director de la revista Isla que promovió el Centro de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria entre los años cuarenta y setenta del pasado siglo. Un organismo del que también era miembro Luis Jorge.
¿Y cómo era el turismo a mediados del siglo pasado a los ojos de Ignacio Quintana? Tengamos en cuenta que es la etapa en la que España es un estado confesional y la Secretaría de Estado de Turismo depende del ministro Gabriel Arias Salgado (entre 1951 y 1962), un personaje, Salgado, excesivamente conservador y obsesionado por la ‘defensa’ de la fe y de la moral. De hecho, sus acciones más importantes en el área de turismo durante esa década serían el congreso eucarístico de Barcelona en 1952 y la celebración del año santo Jacobeo de 1954. La llegada de Manuel Fraga Iribarne cambia el escenario por completo. El ministerio, de hecho, se llamará de Información y Turismo, para así controlar los medios de información en el interior, potenciar la propaganda exterior del régimen y aprovechar al máximo el sector económico que podía atraer más divisas a un país en quiebra: el turismo. Se produce el cambio profundo de la sociedad, la transformación de una cultura de jubileos y jornadas de cristiandad a la veneración del sol y la playa, al turismo de masas por imperativo de las necesidades de sacar a España de la pobreza. Bajo el lema de ‘Todo por el turismo’, se comenzó con la creación de albergues y paradores, los planes de desarrollo, de estabilización y planes especiales de turismo. Fruto de estas políticas fue lograr en 1966 que los ingresos turísticos alcanzaran el 91% del valor total de las exportaciones, el 68% de compensación del déficit de la balanza comercial, con 17 millones de turistas para 1967, con incrementos en torno al 20% de llegada de turistas.
Ignacio Quintana Marrero destacaría como director del periódico Falange y, el mismo periódico con distinta cabecera, El Eco de Canarias. Pero también, debido a que disponía de carnet de periodista, fue el director de Isla, la publicación que durante tres décadas recogería una interesantísima información sobre el desarrollo turístico y la transformación de este sector, al tiempo que contaría con colaboradores de gran nivel intelectual, fueran afines al régimen o contrarios a éste. Lo que sería un caso excepcional en la España de la dictadura.
Basta revisar los índices de temas y autores para quedarnos sorprendidos del riesgo que afrontaba Quintana Marrero ante las ‘autoridades’ que también podían comprobar en esos sumarios, de paz y turismo, la galería de amigos y colaboradores con los que se codeó Quintana Marrero, entre los que figuraban canarios ilustres como Agustín Millares Carló, Domingo Doreste ‘Fray Lesco’, Juan del Río Ayala (a quien definió como “canariólogo con olor a campo y sabor trascendente de historia y religiosidad”), Claudio de la Torre (“escritor esencial”), Francisco González Díaz, Santiago Cazorla León, Saulo Torón, Pedro Lezcano, Pío Gómez Nisa, Agustín Millares Sall, Juan Sosa Suárez, José Caballero Millares, Alberto Manrique, Yolanda Graziani, Juan Bosch Millares, Joaquín Artiles, José Miguel Alzola y un larguísimo etcétera.
Y es que Quintana Marrero era un enciclopedista que recomendaba practicar a diario la lectura, bien de grandes autores o de una simple enciclopedia para aprender el significado y el contenido de las palabras o de las cosas. De ahí que valorara cualquier aportación literaria sobre nuestras islas, como el caso de la relación entre Canarias y Shakespeare, de quien señala la gran labor promocional que ha supuesto para el Archipiélago las citas sobre las islas en las obras Trabajos de amor perdido, A buen fin no hay mal principio, Enrique IV, Las alegres comadres de Windsor y Noche de Epifanía, o lo que queráis.
Pero es Teror el centro de sus preocupaciones y alegrías, al recordar que es el pueblo más cantado y rezado de la isla, capital espiritual de la isla, fecunda matriz de romerías y peregrinaciones, musa folclórica. O como lo denominara Unamuno el “lugar apacible”. Si bien es en ese Teror de interior, conserva de tradiciones y de tipismo donde el periodista considera que debe “imperar lo puramente nuestro, lo insular, lo que responda a la tra-dición de nuestros padres, en lo religioso y en lo folclórico”.
Y, saltándonos el guión típico de un prólogo, su lectura nos lleva a hacernos esta pregunta crucial… ¿Qué Teror vería Ignacio Quintana Marrero en 2014? Basta con comprobar a lo largo de sus artículos su constante la preocupación por el crecimiento de la población el alto nivel de vida y los resultados del progreso. Un desarrollo ante el que constata que “Teror se va haciendo más incapaz para dar cabida a tanta gente y tanto vehículo”, ante lo cual reclama que “Teror sea, urbanísticamente, digna capital religiosa de la provincia”. Si bien, reconoce que el progreso hace que “nuestra ciudad se ha convertido en una población incómoda y malhumorada”, refiriéndose a Las Palmas y a su desarrollo poblacional y del parque automovilístico, vehículos que suponen una ocupación del espacio público y de nuestros sentidos, bien por la polución acústica, visual o por los gases. Y, aún así, seguía defendiendo que esta villa religiosa podría transformarse en la 'tacita de plata' de Gran Canaria, gracias a una red viaria adecuada, adecentar higiénica y artísticamente los lugares del manantial. Fomentar el estudio y la cultura; exaltar los valores de las figuras terorenses; cultivar las relaciones... E incluso abogaba por mejorar la oferta de espacios y actividades con una exposición permanente de artesanía.
Ese era el Teror deseado por el periodista o por muchos más. Estamos ante artículos y visiones de ilustres terorenses a los que el tiempo, implacable y comprobable, nos muestra que la gestión democrática del municipio han situado la Villa muy por debajo de las expectativas creadas, como lo es el hecho de que la carretera sigue siendo la misma (salvo el puente nuevo) y que el tráfico de Teror no tiene prioridad en el acceso a la vía de circunvalación de la capital insular. ¡Lo que habría dicho Quintana Marrero desde El Eco ante ese trato vejatorio a la villa mariana, industrial, turística y, también, poco reivindicativa! Seguramente no habría permitido al Gobernador Civil semejante discriminación.
Aunque ya lo advertía nuestro ilustre cronista que la Villa no conseguiría apoyos adecuados, cuando manifestaba su desencanto y rechazo a una administración dominada por la monotonía y la rutina, incapaz de genera esa corriente de información a la que tiene derecho la comunidad (¡Y eso lo decía durante la dictadura!); con una “burocracia engorrosa, antipática e insolente, con destemplanzas y malos humores, cuando no mala edu-cación”. Si. Educación. Esa palabra que tanto defendió y orientó la vida de Quintana Marrero para la sociedad de la que desde El Eco pretendía dirigir hacia un futuro mejor, gracias a su obsesión de “llevar a las gentes canarias cultura, educación, formación, religiosidad, responsabilidad y ciudadanía”.
Una educación social que pasaría por mantener, fomentar y depurar nuestras costumbres; cuidar, defender y celebrar nuestro paisaje. Otra obsesión del periodista como lo era su religiosidad, al abogar por la preservación de la costumbre y el paisaje, afirmando que “La costumbre es una segunda naturaleza y puede llegar a cambiar la misma naturaleza. Costumbre y paisaje se influyen mutuamente constituyendo una personalidad singularísima”, esa personalidad que define nuestro territorio a través de su paisaje y paisanaje. “Sobriedad y señorío, sencillez, íntimo dominio de una insularidad que constituye una mini continentalidad peculiar, abierta al exterior y brindando su elegante hospitalidad. Y ancho fondo de humor”.
Y a través de su vida, redactada como si un testamento social nos hubiera legado, recorremos la vida de Quintana Marrero para llegar a esos ‘caminos del paisaje’ que quería crear en nuestra isla, paisajes como milagro de la luz, con su riqueza mágica de tonalidades y el silencio interior que podemos reconocer los isleños cuando nos apartamos un poco del sonoro Atlántico para alcanzar los rincones místicos del interior, aislados en nuestra propia isla, en ese Alma serena que es nuestro paisaje y que tanto amó y defendió Ignacio Quintana Marrero, como podrán comprobar en esta selección de artículos.