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José Manuel Balbuena es enseñante y periodista, dos profesiones que caminan próximas la una de la otra. Pues muchas veces el periodismo consiste en una especie de pedagogía social, un oficio noble ahora devaluado por la telebasura que más pronto que tarde ha de recuperar su dignidad perdida. Terrible sería que siguiéramos introduciéndonos en esa alcantarilla del famoseo. Por desgracia ahora la mayoría de la gente piensa que los periodistas son seres chillones, insultones, malcriados, promotores de falsos divos, exaltadores de gentuza. Pero hasta hace poco el periodista era un ser respetable que contribuyó a que este país cumpliera su transición hacia la democracia. El Parlamento de Papel: así era denominada la prensa en los difíciles años sesenta y setenta. Los periodistas fueron agentes del cambio de costumbres, del cambio de perspectiva que nos fue introduciendo en la convivencia democrática.
Aquí en este texto nos encontramos unas historias salidas de la vida misma. Balbuena es un recuperador de paisajes y de tradiciones, pone el acento en la etnografía y radiografía personajes y situaciones de su infancia. Silverio -el hombre del saco que acaba muriendo por amor- se cruza en su camino con las lavanderas, con las soledades y pequeñas tragedias de una comunidad rural. Un relato sobre las esperanzas y desesperanzas, sobre las soledades y las pequeñas tristezas, sobre la decepción y la construcción del futuro más allá de los zarpazos del destino. El segundo de los relatos aquí incluidos nos acerca a Manuela Abrante y a toda la Macaronesia, ese espacio casi mágico del Atlántico que nos hace compartir el horizonte de Madeira, Azores y Cabo Verde. Repudios, desamores, hechizos, y fatalmente la muerte. Y así podríamos seguir hasta el infinito. Cuba y la emigración de nuestros mayores, los rezos para curar el mal de ojo, la medicina de yerbas tan desarrollada en Canarias: pinceladas de nuestro subconsciente colectivo, expresión de añoranza.
La Caldera de los Pinos de Gáldar es otro espacio espléndido de las islas. El autor concentra su mirada sobre los microclimas cumbreros, los pinares, la acción de los alisios, la brujería popular y sobre todo la lección elemental: la Naturaleza es la gran maestra a la que debemos pleitesía. Parecía inevitable que en esta salvaguarda del tiempo pasado entrara el hacha afilada de la guerra civil, y así sucede en estas secuencias que nos desvela el Balbuena observador de su gente. No sólo nos cuenta travesuras de la infancia, no sólo habla de libros prohibidos y de enojosas experiencias sexuales en aquellos tiempos en que casi todo estaba vetado, sino que nos advierte sobre las tropelías que efectuamos sobre nuestro paisaje, nos hace tomar conciencia del desarrollo sostenible. Pues el paraíso perdido ha de ser reencontrado para que las sucesivas generaciones lo recuerden tal como era: con bosque de laurisilva, arroyos transparentes, valles y vaguadas repletas de vegetación. Balbuena ama la historia de su gente y por eso admira a Tanausú, el que resistió a través del orgullo y del amor a la tierra. La Palma, La Gomera con su Garajonay: todas las islas son el protagonista de este libro narrado con una prosa sencilla, directa, que será apreciada con gusto por sus lectores.
