Inicio » Catálogo » La expedición del pirata
En La expedición del pirata Jack London recrea magistralmente la pubertad de Tom. Joven de buena familia y buenas costumbres, pero ansioso de explorar por sí mismo y cuanto antes la estructura misteriosa del planeta que hay más allá de los deslindes del hogar y la familia. Un deseo clásico a su edad, acaso el mayor deseo incubado en la mente de todos los jóvenes adolescentes desde tiempos ignotos. Pero no todos ellos tienen el valor de Tom para tomar la decisión de lanzarse de una vez a ese mundo desconocido, cualquiera sean las consecuencias. Estamos aquí frente al clásico héroe de la novela de aventuras del siglo pasado, por cierto. El héroe que recoge los anhelos y la admiración del lector. Y que para el caso de la literatura norteamericana, viene a ser un modelo de vida que llevará a los Estados Unidos al desarrollo y la opulencia económica. Tom será el prototipo del joven americano amante de la libertad, y de las posibilidades personales del individuo, en tanto ser capaz de enfrentar las vicisitudes de la vida por sí solo, cualquiera sean sus orígenes y posición en el mundo.
La incursión primero en el Abismo, suburbio de la ciudad en que vive, y donde debe combatir a puñete limpio para conservar lo suyo, sirve de aliciente al joven Tom para abandonar posteriormente su hogar y sus estudios, embarcándose sin más preguntas y sin ninguna experiencia en el primer barco que lo recibe. Esta seguridad del muchacho, una seguridad que ha recibido la admiración de sus amigos en el colegio, y aún de su misma hermana Bessie, aunque de manera muy solapada, muy al estilo femenino de su época, será el puntal, el timón que en definitiva, lo llevará a convertirse en un hombre, tras correr un periplo de aventuras como grumete de un barco de traficantes. El Dazzler, capitaneado por French Pete, y secundado por un joven de su misma edad Frisco Kid, quien se transformará en un amigo entrañable.
Tom tiene puestos los ojos en la aventura, en el deseo de vivir de primera mano su propia historia, por eso no despiertan en él ningún interés los estudios, menos aún la historia del mundo, donde otros hombres ya han hecho su obra. Necesita lanzarse a vivir la suya propia, y lo consigue, gracias a esa seguridad natural que propulsa su espíritu. Hay aquí, desde luego, una idealización del personaje que recoge los anhelos más profundos de los jóvenes adolescentes de todos los tiempos, llevándolo, en su caso, al éxito y a la glorificación del mismo. A Tom le sale todo bien porque no es un muchacho que se deja abatir por esa neblina depresiva que suele mutilar los sueños juveniles de los más débiles. Tom tiene el coraje suficiente para enfrentar las adversidades, y que en su caso, en su aventura de cuatro días en el mar, no han sido pocas, sino profundas. Persiste en su afán hasta lograr su objetivo y no se deja avasallar por las fuerzas paralizantes de la desidia. Asume su situación hasta las últimas consecuencias, y lo vemos salir airoso de sus aventuras.
La bondad del padre, a quien no vemos reprender ni tampoco reprimir al hijo, aún antes ni después de su fuga, sino más bien alentarlo y darle libertad a sus anhelos, es otro ingrediente importante de señalar en esta obra de Jack London. No hay aquí un padre castigador, como aquel clásico padre antiguo, sino un ser plenamente conciente de sus propios anhelos cuando adolescente. Esta particularidad, desde luego, otorga fuerzas al héroe y le da la libertad para conquistar su propio mundo.